El cuerpo que habito

Llevo 21 años en él, y funciona muy bien, salvo por las veces en que un resfriado inesperado me visita por unos días, y luego sigue su camino. ¿No es esa suficiente suerte como para agradecer por el cuerpo que habito? Bueno, a veces parece que no.

A mi cuerpo le debo noches interminables de baile, largos días de trabajo, años de descubrimiento, y sensaciones que me hacen ser consciente de mi tacto, ¡qué fortuna es tener tacto! Todo lo que es bueno y digno de disfrutarse llega a mí a través de mis sentidos, pero ese no suele ser un pensamiento frecuente.

Soy mujer, y cargo a cuestas, -y a riesgo de torcerme la espalda-, la presión de serlo.

Pienso en lo bien que me he sentido caminando con desparpajo por la calle, y añoro las veces en que genuinamente no me importó lo que pensaran de mí, pero lo cierto es que, el camino hacia el amor propio es impredecible, tiene maravillosos altos, y temibles bajos.

Recientemente, en un arrebato masoquista, abrí una aplicación donde cualquiera puede dejarte un mensaje anónimo; y en el lapso de una semana, había recibido todo tipo de comentarios sobre mi cuerpo.

Una vez más, me dije que no me importaba, y en efecto, en su momento no importó.

En las semanas siguientes anduve por la casa dándome golpes contra todo: - pero, ¿qué pasa si este espejo siempre ha estado ahí? -  y en realidad, pasaba a los tumbos evitando mi reflejo.

También comencé a notar comentarios de mi familia sobre mi cuerpo, que posiblemente siempre habían tenido lugar, pero apenas eran perceptibles.

Y mi decisión fue práctica, si las redes sociales me hacen daño, pues no las frecuento más, si las fotos no me hacen sentir bien, renuncio a ser retratada; y si este espejo está estorbando mucho, pues lo saco y lo vendo; y todo esto mientras ocupaba mi tiempo en el trabajo, pidiéndoles a otras mujeres que se quisieran a través de piezas y textos.

Lo cierto es que, uno no puede esconderse de la persona que es, ni salirse del cuerpo que habita.  

Cargamos con mucho, aún en esta época, en que el Body positive, como corriente arraigada a la creencia de que todos los seres humanos deben tener una imagen positiva hacía su cuerpo, parece ser la biblia del contenido en redes sociales; pero incluso eso nos pesa, no podemos ver el querernos como una obligación, porque cuesta mucho más que eso, y está bien aceptar que, en el proceso, habrán días en que nada parezca tener sentido.

Quererse no debe estar en imperativo, en principio, solo debe ser una invitación a tratarse a sí mismo con más amabilidad, con mayor tolerancia, y el amor vendrá después, a su tiempo, porque es una construcción.

Aquello que me ocurrió por esos días, les ocurre diariamente a muchísimas personas, en menor y mayor medida, que en ocasiones es tan grave, que es un motivo que arrastra a tomar decisiones irreversibles.  

Y es que las redes sociales se prestan para eso, porque nos hicieron creer que debemos tener una opinión sobre todo, aún si eso incluye el cuerpo de los demás.

A esta conducta se le llama “Body shaming” e implica hacer que otra persona sienta vergüenza de su cuerpo.

Posiblemente, quien lo hace, proyecta en los demás sus propias inseguridades, -es eso lo que siempre nos dicen-, pero lo cierto es que, en el fortalecimiento de la autoestima solo importamos nosotros mismos, el bien que le hacemos a los demás con nuestra presencia y el cariño que recibimos.

Así que, desde hoy, resuelvo seguir habitando mi cuerpo con comodidad, al ritmo que quererse implique, cultivando mi espíritu y valorando mi boca prudente, mis ojos inquietos, el llanto que me devuelve la entereza y el maravilloso poder de sentir, con el cuerpo que tengo, el cuerpo que por suerte me tocó.

 Sara Lucía Calle.

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